La llegada del cachorro es un acontecimiento muy especial al que nos
enfrentaremos tomando ciertas precauciones. El dueño debe ganarse el respeto del animal
desde el primer momento. No se debe caer en el error de disculparlo
cuando comete un fallo, sólo por ser un cachorro, ya que provocaría
consecuencias en el comportamiento del animal.
El respeto debe ser mutuo, puesto que el dueño también debe considerar al perro sin abusar de su superioridad.
Todo aquello que se le permita hacer al cachorro será más difícil de
rectificar cuando sea adulto, ya que el perro lo habrá relacionado como
correcto y cada vez acentuará más las malas costumbres.
Respeto no es temor.
El perro debe tener respeto a su dueño, pero no debemos confundir el respeto con el miedo.
Ese respeto se pierde con facilidad si se pega al perro, si se le
castiga o regaña sin que éste pueda averiguar el motivo. Podemos
prohibir cien veces a nuestro perro que vaya al jardín del vecino a
jugar y será inútil. Podemos emplear castigos "casuales", como por
ejemplo, si durante una de esas excursiones se vuelca estrepitosamente
un sillón del jardín, el perro se asustará y en el futuro evitará este
terreno.
El perro es un animal de manada que vive jerarquizado. Así, la
situación resultará problemática si ningún miembro de la familia muestra
características de liderazgo y si faltan reglas para la convivencia.
En tal caso el perro asume el papel directivo y considera al resto de
la familia como subordinados. Desde el primer momento hay que imponer
reglas de convivencia que le mostrarán su rango inferior, pero para ello
no debemos ser especialmente rigurosos ni recurrir a la violencia
física.
Hacerle feliz educándole
Debemos poner límites al perro con coherencia, es decir, mostrar
determinación sin ser condescendiente. Conociendo todo esto, es muy
importante que a partir de ahora la palabra ?pobrecito? desaparezca de
nuestro vocabulario. Entender que nuestro perro no es capaz de
comprender, ni de compartir los valores humanos será el punto de
partida para una buena relación. Tratarle como a un animal no es ni
despectivo ni inmoral: es lo correcto y lo adecuado.
El perro será más feliz si sabe que le tratamos como a uno de
su especie, y más si conoce cuál es su puesto dentro de la jerarquía que
compone su manada, sin tener que verse en la obligación de competir
continuamente con nosotros para mantener ciertos privilegios que a buen
seguro no le corresponden.
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